Jesús
visto a través del Islam
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Siglos
de confrontación con el occidente
cristiano, seguidos por un período de
intensa actividad misionera, que con nuevas
formas continúa todavía en algunas
regiones del mundo islámico, han creado
en algunos musulmanes contemporáneos
cierta aversión, no sólo al
cristianismo, sino incluso, para algunas clases
modernizadas, a la concepción islámica
de Cristo y María. Como respuesta al
agresivo ataque que, en el pasado, tantas
fuentes cristianas llevaron a cabo contra el
Islam, ciertos musulmanes modernizados han
tratado de olvidar o de relegar a un segundo
plano las enseñanzas del Islam acerca del
cristianismo. Se han dado reacciones aún
más extremas entre los musulmanes del
subcontinente indio. A resultas de ello, en
ciertos lugares se ha creado una cristología
que está, por decir lo menos,
completamente alejada de lo que el Islam ha enseñado
tradicionalmente sobre el tema.
En
esta breve exposición no nos ocuparemos de
esas reacciones recientes, sino de la enseñanza
tradicional del Islam sobre Jesús. A
algunos cristianos podría parecerles poco
convincente que el Islam ponga tan de relieve el
papel de Jesús, pero esta actitud tiene
importancia para entender la perspectiva total del
Islam. Además, en el secularizado mundo de
hoy, podría servir de consuelo espiritual
para los cristianos, asediados por una atmósfera
corrosiva que quiere devorar hasta la médula y
los huesos de la religión, saber que
millones de musulmanes de todo el mundo dan fe del
origen divino del cristianismo y veneran a su
fundador, aunque, naturalmente, desde una
perspectiva diferente.
El
Islam no acepta la idea de encarnación o de
relación filial. En su perspectiva, Jesús
hijo de María, ‘Isâ ibn Maryam, fue
“un profeta principal”, un polo espiritual de
toda la tradición abrahámica, pero
no un Dios‑hombre ni el hijo de Dios. No
obstante, su nacimiento milagroso de una madre
virgen, a quien el Corán se refiere como a
la mujer elegida entre todas las demás
mujeres del mundo, es mencionado explícitamente.
Y también lo es el hecho de que él era “el Espíritu
de Allâh” (rûhallâh). Su función
especial como portador de una vía
espiritual, más bien que de una ley
religiosa, es también fundamental en las enseñanzas
islámicas. El Corán, sin embargo, no
acepta que fuera crucificado, sino que afirma que
fue llevado directamente al cielo. Éste es
el único “hecho” irreductible que
separa al cristianismo y el Islam, hecho que en
realidad ha sido puesto ahí
providencialmente para impedir una mezcla de las
dos religiones. Todas las demás doctrinas,
como la cuestión de la naturaleza de Cristo
o la Trinidad, pueden entenderse metafísicamente
de forma tal que armonice ambas perspectivas.
La
cuestión de la muerte de Jesús es,
no obstante, el “hecho” que se resiste a
cualquier interpretación que pudiera ser
común a la visión cristiana e islámica
del acontecimiento. Se podría decir que
este acontecimiento fue más grande que
cualquier descripción única que se
haga de él. En cualquier caso, el sentido de la
crucifixión y la idea de redención
que ésta significa son tal vez el aspecto del
cristianismo que más difícil de
comprender resulta para el musulmán
corriente.
El
Profeta del Islam tenía una especial estima
por los cristianos y puso de relieve la función
de Cristo dentro del Islam refiriéndose a la
segunda venida de Cristo al final del mundo. La
escatología islámica, por tanto,
aunque no es idéntica a la cristiana, se refiere
a la misma figura central de Jesús. Por la
función escatológica asignada a Jesús
en el Islam, así como por las muchas
referencias a él y a la Virgen María que
hay en el Corán, Jesús desempeña
un papel en la conciencia religiosa diaria de los
musulmanes igual al de Abraham, y subordinado,
claro está, al del Profeta. Además,
en el esoterismo islámico desempeña
una función muy importante, de la que dan
testimonio los muchos escritos de sufíes
como Ibn ‘Arabî, Rûmi y Hâfiz.
Si
se analiza con atención la descripción
coránica de Jesús ésta revela que
Jesús posee tres aspectos, pertenecientes
al pasado, el presente y el futuro, y que
corresponden respectiva mente a su función
de mantener la Torá, de celebrar y
perpetuar la Eucaristía, y de anunciar la
llegada del Profeta del Islam. Los musulmanes
interpretan perikletos (que significa el Ilustre)
como parakletos (el Alabado), que corresponde a
uno de los nombres del Profeta del Islam, Ahmad
(de la raíz hmd, que significa alabanza).
El Corán declara:
“Y
cuando ‘Isa ibn Maryam dijo: ¡Oh, hijos
de Israel! Yo soy el mensajero que Allâh os ha
enviado, en confirmación de lo que fue (revelado)
antes de mí en la Torá y para
traer la buena nueva de un Mensajero que vendrá
después de mí y cuyo nombre es el
Alabado (Ahmad)” (LXI, 6).
Para
los musulmanes es inconcebible que una
manifestación religiosa tan importante
como el Islam hubiera sido silenciada por Cristo,
y ven en su anuncio del reino del Paráclito
una referencia al advenimiento del Islam. Su
función en el futuro consiste, de hecho,
como se afirma en el versículo coránico
citado, en anunciar la venida del Profeta del
Islam y también, naturalmente, en cerrar el
presente ciclo humano.
En
la conciencia religiosa islámica
tradicional, Jesús se une a Moisés y
Abraham para representar el aspecto ternario de la
tradición monoteísta, cuya
recapitulación se encuentra en el Profeta
del Islam. En esta perspectiva, Abraham representa
la fe, Moisés la ley y Cristo la vía
espiritual. El Profeta del Islam, como profeta
final, “el sello de la
profecía”, es la síntesis
de todos estos aspectos.
Asimismo,
del mismo modo que el Profeta es el “sello de la
profecía”, Cristo es considerado por la
mayoría de los sufíes como el
“sello de la santidad” de la tradición
abrahámica. Existe, de hecho, un tipo
especial de sabiduría crística (hikmah
‘isawiyyah) dentro del Islam, que consiste en
elementos de interioridad, anterioridad y una
suerte de elixir o néctar divino que pueden verse
en ciertas formas de sufismo. Por otra parte,
semejante sabiduría, así como la
personalidad espiritual de Jesús, está
estrechamente relacionada con la Virgen, y el Corán
se refiere a ambos como a una sola realidad.
Afirma, por ejemplo,
“Y
Nosotros (Allâh) hicimos del Hijo de Maryam y de
su madre un signo (milagroso)” (XXIII, 50).
A
pesar de las diferencias que existen, y que de
hecho deben existir si cada religión ha de
conservar su propio genio espiritual y su
autenticidad, la concepción islámica
de Jesús proporciona una base firme para la
comprensión del cristianismo por parte de
los musulmanes, siempre y cuando se abstengan de
reaccionar ante las intimidaciones provocadas por
los ataques modernos contra el Islam y retornen al
estudio profundo de sus propias fuentes
tradicionales.
Pero
esta concepción también puede ayudar a los
cristianos a captar mejor lo que el Islam
significa realmente para los que respiran dentro
del universo al que ha dado lugar. Quizá la
concepción islámica de Cristo pueda
servir de base para una mejor comprensión
del Islam por parte del mundo cristiano. Podría
ayudar a que los cristianos se dieran cuenta de
que el sol de su mundo espiritual, al que tanto
aman, es también una estrella resplandeciente en
el firmamento de otro mundo y desempeña un
importante papel en la economía religiosa y
espiritual de otra colectividad humana.
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